jueves, mayo 21, 2020

El pajarito de la clase media


Por Juan Ángel Salinas Bohil
Twitter es un lugar de encuentro entre personas inteligentes, brillantes, cultas, graciosas, religiosas, ideologizadas, críticas, enojadas, conocidas, anónimas, políticos, funcionarios, positivas y su contrario, que ofrecen noticias y opinión, mucha opinión como sucede en una simple charla familiar o de amigos. Como en botica, hay de todo. Pero estos seres nos son periodistas, aunque puedan parecerlo. Y esto hay que destacarlo porque algunos de lo que se llaman así mismos “comunicadores” intuyen que el pedestal en el que viven puede haber comenzado a vibrar inquietantemente. En parte tienen razón porque Twitter es, por el momento, la democratización y velocidad de la información en su máximo exponente. Los teléfonos celulares son los responsables. De manera que, el hundimiento de un carguero o una crisis política de magnitud en cualquier lugar del globo terráqueo es conocida casi de inmediato por miles o cientos de millones de personas antes -a veces mucho antes- que en los medios de comunicación. Nada es lo que antes era. 

Twitter es interacción pura. Se pasa información y opinión a velocidad luz. Pero -siempre hay un pero- se requiere una condición básica: escribir medianamente bien. Y esto significa colocar de manera más o menos aceptable las comas, los acentos y algún que otro signo de interrogación o exclamación porque el tuit, al quedar fijado, demuestra el grado de cultura y educación del autor. Y si a eso le agregamos la celeridad que imprimen los 140 caracteres para contestar, llegaremos a la conclusión de que, sin ser Borges o Twain, más vale que se escriba lo mejor posible. 

De manera que, mientras Facebook es usado por las clases de menores recursos que han sufrido la escuela pública, Twitter es primordialmente una apropiación de la clase media que vuelca en la aplicación sus deseos y frustraciones, en especial las políticas, teniendo en cuenta que en Argentina los partidos políticos son construcciones virtuales y algunos de ellos se han convertido en grandes empresas. 

Si bien es cierto que los gobiernos suelen colocar como tuiteros a empleados de “inteligencia” para tratar de inducir las opiniones allí volcadas, Twiter no gana ni pierde elecciones. Tampoco se gesta allí la “revolución”: ni la liberal ni la marxista. Pero a veces, cuando los gobiernos clavan profundamente una gran decepción en el cuerpo social la aplicación (la gente, los usuarios) reaccionan con vehemencia y hacen retroceder medidas gubernamentales que atentan contra el sentido común. Después, mucho después, con una lentitud exasperante, se suman al reclamo los políticos. 

Con solo cinco meses de gobierno Alberto Fernández ha sufrido furiosos embates desde el lugar que describimos contra medidas implementadas o a punto de ser ejecutadas que debieron ser suspendidas, rectificadas, retrasadas o aclaradas convenientemente. Y aunque el poder se mide en las urnas, uno de los axiomas de la política dice: “Si lo tenés que aclarar, perdiste”. 

Por ejemplo, la posible llegada de médicos cubanos para colaborar en la lucha contra el coronavirus levantó terrible polvareda. Si bien los argumentos más visibles para oponerse al arribo consistieron en la reválida de títulos, no se puede tapar el sol con las manos y omitir que entre bambalinas el motivo mayoritario fue la ideología de Cuba que por las buenas o por las malas no deja pasar oportunidad de inmiscuirse en los asuntos internos de otros países. Pruebas en África y América hay de sobra. 

Igualmente se reaccionó gracias a la labor de algunos tuiteros que desmenuzan nombramientos y gastos de los gobiernos con los desproporcionados sobreprecios pagados en alimentos y elementos sanitarios destinados a paliar el coronavirus. Ante lo evidente los gobiernos debieron dar explicaciones que por supuesto no conformaron a nadie salvo a los responsables. En este caso es posible que lo que molestara no fuese tanto la corrupción en las compras que se da en todas las épocas y por lo general con los mismos protagonistas, sino que fuera en medio de una pandemia como la que atravesamos que debería impedir como muchos suponen que por Gracia Divina ciertas cosas no puedan hacerse. Ilusos. 

Por su parte, la ministra de Seguridad de la Nación no tuvo mejor idea que manifestar en público que las fuerzas de seguridad monitorean las redes sociales para medir el humor social que a la altura de ese dicho se encontraba malherido por el encierro y la imposibilidad de poder trabajar. El punto no necesitaba aclaración debido a que hace tiempo que las comunicaciones particulares de todo tipo, como el número de DNI, son un apéndice del Estado. No obstante, por desconocimiento, el exceso de sinceramiento de la funcionaria fue duramente criticado. 

Pareja fue la actitud tomada ante dichos de funcionarios bonaerenses que barajaron la posibilidad de aislar la Ciudad de Buenos Aires del resto del país debido a que, según ellos, la epidemia en la capital del país sería incontrolable. Algo así como que “el muerto se asusta del degollado”. Paralelamente, surgió el acuerdo entre la Nación, Ciudad y la provincia de Buenos Aires para “mejorar” el distanciamiento social en el transporte público por lo que la tarjeta SUBE sería habilitada[sc1] únicamente para las personas que presten servicios esenciales y estén exceptuadas del aislamiento social, preventivo y obligatorio por coronavirus. Ante la reacción la disposición fue suspendida temporalmente, pero, con estos estalinistas disfrazados de demócratas a la carta, nunca se sabe qué puede pasar. 

Atrás queda la repulsa pública ante suelta de cientos o miles de presos -nunca se sabrá el verdadero número- argumentando una posible infección masiva del virus y empujados fuera de las rejas por una fuerza de tareas de la que formaron parte todos los poderes del Estado nacional y provincial bonaerense porque eso sí, a la hora de hacer embrollos compiten para ver quién se queda con el bonus extra. Y claro, después de la alegría vino el “yo no sabía”, “yo no tengo nada que ver”, la conocida frase “la culpa la tiene… (el otro)” o el posible juicio político para algún juez que es lo mismo que la nada misma. Tanto, como la vuelta a presidio de los soltados “incorrectamente” liberados. No se conoce hasta el momento la nomina de los liberados ni el tamaño de sus crímenes ni nunca, vislumbramos, lo sabremos. Ahí está la verdadera y única madre del borrego. 

Por último, entramos en la discusión del momento: la continuación o finalización de la cuarentena que fue, a todas luces, implementada antes de tiempo. Curiosamente, los que intentan continuarla son empleados estatales y los que se oponen, privados. Los primeros comandan a millones en todos los niveles de la administración pública que cobran su mensualidad sin trabajar; los segundos mantienen a los primeros y si no trabajan, no comen. ¡Vaya diferencia! Y ahora que después de varios meses de conocido el causante de la pandemia se descubre que el barbijo, la máscara de protección facial, los guantes, el encierro o no sirven o causan problemas graves en la salud, se intenta insistir en remedios conocidos por su ineficiencia. 

Pero hay un gran logro. Del 2003 al 2015 el Congreso funcionó como una escribanía: hace cinco meses que está cerrado. Posiblemente por cambio de rubro.

1 comentario:

Unknown dijo...

Brillante