Por JUAN ÁNGEL SALINAS BOHIL
El título de la nota nos remite a una obra actualmente en cartel en la avenida Corrientes que trata en parte los innumerables problemas que se dan en un consorcio.
El título de la nota nos remite a una obra actualmente en cartel en la avenida Corrientes que trata en parte los innumerables problemas que se dan en un consorcio.
La dirección se
encuentra a cargo de Juan José Campanella que es además coautor del libro y se
destacan las actuaciones de Campi y Karina K, mientas que a Miguel Ángel
Rodríguez se lo ve amordazado en cuanto a sus conocidos atributos histriónicos.
Con unos gags muy bien
situados, pero algo extensa y con un declive pronunciado del guión en la
segunda parte, la obra plantea la preparación de una asamblea de propietarios
en la que se decidirá la suerte laboral del encargado.
Ficción, pero no tanto,
“¿Qué hacemos con Walter?” tiene mucho de realidad.
Digámoslo sin tapujos
duela a quien le duela: el encargado si no es un vago acumula millas para
parecerlo; el presidente del consorcio es un vivo del año cero que debe cuatro
meses de expensas, una propietaria hace las veces de oficial de la Checa
queriendo imponerse a los demás a toda costa, un estudiante de abogacía progre
y un administrador al que todos los presentes (y ausentes) lo tienen cansado.
Eso sí, el edificio se derrumba,
pero los propietarios no tienen intención de poner dinero para efectuar los
arreglos.
Como líneas internas de
un partido político, se pactan o anulan acuerdos y de acuerdo con el guion de
la ficción, algunos propietarios quieren desprenderse del encargado mientras
otros lo protegen.
De más está decir que
entre los últimos se encuentra el deudor de expensas.
En la discusión por el
sí o por el no del despido salen a relucir diversas “ayuditas” que brinda el
encargado a ciertos propietarios como entregar los resúmenes de cuenta de la
tarjeta de crédito a uno de los integrantes del matrimonio para que el otro no se
entere de algunos gastos del tipo non
sancto.
De ahí la defensa por
momentos apasionada que hacen de él.
La mitad le debe
favores: la otra mitad, no.
La llegada del administrador
pone las cosas en su lugar porque informa que Walter (el encargado) está en
edad de jubilarse.
Pero en la vida real
todo propietario interesado sabe exactamente la fecha de vencimiento del
trabajador y hace cuentas si conviene contratar nuevo personal con cama
adentro, sin vivienda, alquilarla o disponer su uso como baulera o SUM.
Lo cierto es que mucho
antes de la llegada de la edad jubilatoria, cada encargado ha comprado casa,
automóvil y vive mucho mejor que muchos propietarios e inquilinos.
Su buen pasar estuvo
siempre asegurado.
Y como muerto el perro
se acabó la rabia, el administrador pasa a ser la nueva víctima de los que
antes atacaban a Walter.
En un momento éste dice
algo así como “Tengo 32 consorcios…”.
Si eso fuera cierto sería
imposible que puedan ser bien atendidos. Por lo general,
semejante cantidad es una excepción, pero son atendidos por una media docena de
colaboradores delegados.
En los consorcios todos
están contra todos pero se necesitan. El administrador necesita a los
encargados para que le informen con exactitud cuál es el volumen en que transmite
radio pasillo y quiénes los díscolos que buscan su remoción; los propietarios
de los encargados para que a precios módicos les hagan trabajos de
electricidad, pintura, plomería y lo que venga en cualquier horario; también
los propietarios de los administradores para ver la posibilidad de que puedan
retardar algunos pagos.
Cada consorcio es un
mundo donde todos sus integrantes se pelean como gatos en los tejados. O como
Tom y Jerry. Se necesitan. Y ninguno es santo.
* Nota aparecida por primera vez en la revista REUNIÓN DE ADMINISTRADORES (http://www.reunion-adm.com), N° 322, febrero de 2018.
* Nota aparecida por primera vez en la revista REUNIÓN DE ADMINISTRADORES (http://www.reunion-adm.com), N° 322, febrero de 2018.