martes, febrero 20, 2018

“¿Qué hacemos con Walter?”: ¿ficción o realidad?*

Una obra de teatro que nos hace reflexionar sobre si “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia” o es una verdadera copia de la problemática consorcial.



Por JUAN ÁNGEL SALINAS BOHIL
El título de la nota nos remite a una obra actualmente en cartel en la avenida Corrientes que trata en parte los innumerables problemas que se dan en un consorcio.
La dirección se encuentra a cargo de Juan José Campanella que es además coautor del libro y se destacan las actuaciones de Campi y Karina K, mientas que a Miguel Ángel Rodríguez se lo ve amordazado en cuanto a sus conocidos atributos histriónicos.
Con unos gags muy bien situados, pero algo extensa y con un declive pronunciado del guión en la segunda parte, la obra plantea la preparación de una asamblea de propietarios en la que se decidirá la suerte laboral del encargado.
Ficción, pero no tanto, “¿Qué hacemos con Walter?” tiene mucho de realidad.
Digámoslo sin tapujos duela a quien le duela: el encargado si no es un vago acumula millas para parecerlo; el presidente del consorcio es un vivo del año cero que debe cuatro meses de expensas, una propietaria hace las veces de oficial de la Checa queriendo imponerse a los demás a toda costa, un estudiante de abogacía progre y un administrador al que todos los presentes (y ausentes) lo tienen cansado.
Eso sí, el edificio se derrumba, pero los propietarios no tienen intención de poner dinero para efectuar los arreglos.
Como líneas internas de un partido político, se pactan o anulan acuerdos y de acuerdo con el guion de la ficción, algunos propietarios quieren desprenderse del encargado mientras otros lo protegen.
De más está decir que entre los últimos se encuentra el deudor de expensas.
En la discusión por el sí o por el no del despido salen a relucir diversas “ayuditas” que brinda el encargado a ciertos propietarios como entregar los resúmenes de cuenta de la tarjeta de crédito a uno de los integrantes del matrimonio para que el otro no se entere de algunos gastos del tipo non sancto.
De ahí la defensa por momentos apasionada que hacen de él.
La mitad le debe favores: la otra mitad, no.
La llegada del administrador pone las cosas en su lugar porque informa que Walter (el encargado) está en edad de jubilarse.
Pero en la vida real todo propietario interesado sabe exactamente la fecha de vencimiento del trabajador y hace cuentas si conviene contratar nuevo personal con cama adentro, sin vivienda, alquilarla o disponer su uso como baulera o SUM.
Lo cierto es que mucho antes de la llegada de la edad jubilatoria, cada encargado ha comprado casa, automóvil y vive mucho mejor que muchos propietarios e inquilinos.
Su buen pasar estuvo siempre asegurado.
Y como muerto el perro se acabó la rabia, el administrador pasa a ser la nueva víctima de los que antes atacaban a Walter.
En un momento éste dice algo así como “Tengo 32 consorcios…”.
Si eso fuera cierto sería imposible que puedan ser bien atendidos. Por lo general, semejante cantidad es una excepción, pero son atendidos por una media docena de colaboradores delegados.
En los consorcios todos están contra todos pero se necesitan. El administrador necesita a los encargados para que le informen con exactitud cuál es el volumen en que transmite radio pasillo y quiénes los díscolos que buscan su remoción; los propietarios de los encargados para que a precios módicos les hagan trabajos de electricidad, pintura, plomería y lo que venga en cualquier horario; también los propietarios de los administradores para ver la posibilidad de que puedan retardar algunos pagos.
Cada consorcio es un mundo donde todos sus integrantes se pelean como gatos en los tejados. O como Tom y Jerry. Se necesitan. Y ninguno es santo.

* Nota aparecida por primera vez en la revista REUNIÓN DE ADMINISTRADORES (http://www.reunion-adm.com), N° 322, febrero de 2018.

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